domingo, 5 de abril de 2009

Literatura e incesto, mirando por el ojo de la cerradura



Tres textos mueven a la autora a reflexionar sobre una extraña recurrencia dentro de la no menos frecuente vertiente de erotismo y sexualidad en la reciente literatura boliviana.


Tres autores, tres cuentos y una novela, esta última ganadora del premio convocado por el Municipio de Santa Cruz de la Sierra 2008. Todos hablan del incesto, describiendo con ferocidad y dolor un escenario a todas luces cotidiano, a todas luces escondido. ¿Qué nos mueve a mirar a través del ojo de la cerradura? ¿Qué hay detrás del incesto, detrás del abuso del padre hacia la hija? ¿Del hermano hacia la hermana? ¿Hasta dónde nos llevan Edmundo Paz Soldán, Paola Senseve y Rodrigo Hasbún?
El primer cuento titula La puerta cerrada. Un hermano espía los estertores del padre y de la hija, los llantos y reclamos de la pequeña, el asesinato final. En Vaginario, de Senseve, una niña se corta las piernas ante el enojo del padre, que se da cuenta cuando la espera desnudo en la cama: “No te preocupes, papá, es la única forma que tengo que sentir”. En la novela El lugar del cuerpo, de Hasbún, una mujer —abusada de niña— reconstruye en descriptivos escritos, en literatura, su sexualidad dañada.
Incesto: relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio. Abuso sexual del padre a la hija, y en más casos de los que se admite, de la madre al hijo. Abuso sexual: iniciación sexual o relación sexual con un menor de edad, cuya edad física o mental no le permite comprender ni hacerse cargo de lo que le está pasando.
Según Freud, el abuso no influye en la persona hasta el momento de la verdadera iniciación sexual, cuando la memoria del hecho re-aparece y se re-significa. El trauma posterior, generalmente, impide al joven o a la joven entregarse a su pareja o disfrutar de su sexualidad de modo pleno y natural.
Contra lo que se cree, no hay nada gozoso en el incesto. El elemento de goce, de regocijo y placer compartido no puede asentarse en el niño. El niño posee una cualidad inocente que no puede relacionarse al gozo. Inocencia: estado del alma libre de culpa. Culpa: imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. También, hecho de ser causante de algo.
Principalmente en los casos de incesto, y en los casos de abuso sexual en general, la inocencia del niño es la que entra en juego. La incapacidad de hacerse responsable por la conducta sexual del otro, la imposibilidad de haber sido causante del abuso. Un niño, una niña, no son ni causantes ni responsables por el abuso sexual sufrido. No son culpables.
Pero hay una culpa. Los cortes en las piernas de la resignada protagonista en Vaginario. El cuchillo ensangrentado en las manos de María (en el cuento de Paz Soldán). La necesidad de transcribir y describir, revisitar, de Elena (El lugar del cuerpo).
Las mujeres que han sido abusadas de niñas matan algo dentro de sí. No su alma, no se trata de una inutilización o asesinato del alma, como ciertas conclusiones truculentas nos pueden hacer pensar. Lo que muere es la vivencia sexual posterior. Una desconexión entre la ternura y la confianza, lo femenino y la sexualidad. La culpa y el enojo no van hacia el perpetrador, sino que se revierte hacia sí mismas: al matar a la parte inocente dentro de sí, las mujeres abusadas se reconstruyen insensibles, negadoras, desconectadas.
Y lo terrible del caso es que la literatura parece implicar que está bien que así sea. En ninguno de estos cuentos se va más allá de la mera situación del incesto. Un reflejo, una fotografía, un relato del instante en el que se produce; de la atmósfera y contexto que genera. En los tres casos, parecemos contentarnos con mirar a través del ojo de la cerradura y comprobar que el incesto está allí, que se manifiesta.
Voy a remitirme ahora a tres textos de Bert Hellinguer, cuando reflexiona acerca de las implicaciones profundas del incesto.
— El incesto se da para manifestar lo que se encuentra oculto. El embrollo puede ocultarse durante años, pero en la familia todos están al tanto. La madre también.
Es más, cuando la madre no puede mirar su sexualidad y no desea hacerse cargo de ella, la hija toma su lugar. Si la hija es capaz de decirle a su padre “Por amor a mi madre, yo estoy de acuerdo”, si se saca esta dinámica a la luz, el incesto no puede continuar, pierde la fuerza.
En ese momento, la hija queda libre, porque se siente inocente y se confirma totalmente inocente. La hija puede decir después: “Les dejo la responsabilidad a ustedes, yo sólo era una niña”, tanto al padre como a la madre.
— En el incesto, el hijo o la hija siempre siguen siendo inocentes. Si el hijo da los siguientes pasos: primero, admitir que es inocente; segundo, que pudo haber sido no desagradable, y, tercero, que la responsabilidad es completamente de los padres, entonces queda libre para otra pareja posterior. De otra forma, la primera experiencia siempre va a interferir.
— El incesto crea un vínculo entre el perpetrador y la hija que es muy profundo. Si no se reconoce que había amor, el vínculo no puede ser desbaratado. Por eso es importante reconocer el amor y el placer, y asignar la responsabilidad a donde pertenece.
El placer y el amor están presentes. Cuando espiamos a María o leemos a Elena, podemos reconocer un amor que parece desviado. Un placer que, en su desviación, quizá (nos) genera placer. Esta desviación es la que mata la vivencia interna de la mujer, y la separa de su niña. Lo que no vemos en la literatura es la necesidad de la hija de poderse retirar de esta situación con inocencia. Sólo cuando la inocencia está patente, la mujer futura podrá tener otra pareja.
¡Pero la inocencia y la sexualidad aparecen separadas en nuestra percepción! ¿Puede una mujer disfrutarse, inocentemente? ¿Cómo experimentan la sexualidad las mujeres en la literatura boliviana? Ése es tema de otro artículo.
Por:Mariana Ruiz*
* Escritora y filósofa tarijeña

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